sábado, 28 de abril de 2012

Stop fraying my ribs.

Tus clavículas rebotan sobre el pecho y van al ritmo del segundero que marca cuanto falta hasta que acabe la implosión. El mundo se ha vuelto borroso.
Eres la clase de personas que se meten en el baño para llorar y se convencen de que están reparadas al salir. Algo empieza por tus pies, y sube como un terremoto.
Te has fundido a la baldosa fría de la ducha, y no te das cuenta de que tu cuerpo desnudo está rojo por el agua caliente, que cae desde un punto alto que no llegas a ver. Las lágrimas se mezclan con el agua.
El eco de una canción te llega entre la capa húmeda que chorra desde el pelo negro y cubre tus oídos. Te gustaría describirla, o al menos lo que te transmite, pero la reverencia absoluta es algo complicado de describir.
Preguntas en voz alta para que sirven los demás, a parte de para que darte cuenta de que al final no importan nada.
Te preguntas contínuamente cuantos bolis, cuantos folios, cuantas hora bajo el grifo utilizarás hasta que alguien te dé un gesto sincero.
Es la sociedad, que te quita las costillas de una en una, hasta dejar tu corazón desprotegido. Los demás pueden esconderse. Pero tú tienes que aguantar siempre la tortura. ¿Porqué? ¿Porqué alguien te necesita? Cada detalle de tu vida empapada es sólo una consequencia más de tu enfermedad.

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