viernes, 25 de septiembre de 2015

Lentamente ahogo un pájaro.

Y sigo nadando despistada en tus universos vacíos
 encontrándome con el todo.
 Seguimos lamiéndonos las heridas rojas de hierros punzantes.

Jugamos a morder cristales rotos como  al principio, 
recorriendo  con gusto el paladar herido, 
sorteando precipicios de sal sin asustarnos de nuestra naturaleza.

El ojo
sugiere 
un océano invisible que fauces grises que saben a hogar, 
y la vida los quema la piel 
palpitante, 
cuando corremos por pasadizos de mármol 
huyendo del miedo a perder los pies y los cimientos. 

Ese pánico instintivo a liberarnos de las raíces de la tierra, de lo corriente.