encontrándome con el todo.
Seguimos lamiéndonos las heridas rojas de hierros punzantes.
Jugamos a morder cristales rotos como al principio,
recorriendo con gusto el paladar herido,
sorteando precipicios de sal sin asustarnos de nuestra naturaleza.
El ojo
sugiere
un océano invisible que fauces grises que saben a hogar,
y la vida los quema la piel
palpitante,
cuando corremos por pasadizos de mármol
huyendo del miedo a perder los pies y los cimientos.
Ese pánico instintivo a liberarnos de las raíces de la tierra, de lo corriente.