sábado, 2 de abril de 2016

Cuerpo nacido para la tristeza. 
La danza lenta de Chamberlain y la seda fina rasgándose. 
El mundo beige de piel de gallina y los trocitos de mejilla desvaneciéndose como el plástico quemado. 
La soledad se revela en color sepia y los dedos enlazados se separan en una diagonal torpe. 
Si empiezas a contar todo lo efímero, la misma cuenta será efímera; y si consagras todos tus sentidos a una causa, esa causa tomará sentido hasta volverse motor. 
Esto es la gravilla en la herida. 
Y un centauro que a falta de constancia era un humano con cola. 

Todos nos reímos de la cantante calva, de Godot y de los rinocerontes hasta que, torturándonos por necesidad, las mandíbulas batientes se acallaron. Abrazándonos las piernas por la noche, inventando ídolos, sirviéndonos de anestesias: te paras en seco, en medio de tu inconsciente carrera y ves al conjunto de la humanidad huyendo en masa hacia un lugar seguro que no existe.