El padre le puso el rifle en las
manos por primera vez, y lo cogió temeroso, como si fuera a disparase solo con
entrar en contacto con su mano.
-Si no lo haces es porque no eres
un hombre.
Levantó la mirada hacia el zorro.
Estaba arrinconado, sin escapatoria.
Se atrevió a mirarlo a los ojos y se reconoció en ellos.
Si no lo hacía, no era un hombre.
Se atrevió a mirarlo a los ojos y se reconoció en ellos.
Si no lo hacía, no era un hombre.
Una fuerza que parecía anterior
a él lanzó el rifle tan lejos del páramo como para borrar la sucia marca de
pólvora de sus dedos. El golpe seco que produjo la caída pareció salir de su propio
pecho.
-Ahora soy un hombre- pensó en
voz alta la misma fuerza que acababa de tomar el control de su vida.
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