jueves, 7 de mayo de 2015

Instructions pour le chasseur de métaphores.

Todas las cosas del universo se parecen. 
Todo tiene, en sus antípodas o en la proximidad, un hermano natural. Así se descubren las metáforas, porque no se inventan. 
Si abres bien los ojos, verás hilitos granates y serpenteantes que lo unen todo en estética o alma. 
Sólo necesitas tener el corazón tranquilo y una red fuerte de palabras. 

Puedes cazar una fácil, como la que engancha la piel de los jóvenes con el agua del mar, o la que relaciona los dientes con los secretos que este guarda en el interior de sus ostras. 


Con el tiempo hallarás en cada cosa millones de secretos inseridos. 

Si te topas con el amor, la escritura se te turba de océanos metafóricos infinitos que se recrean.
 No te asustes, el mejor observador de metáforas es aquel que no encuentra palabras para abarcarlas.

Cuando seas un experto explorador de la belleza, te sorprenderás en tu cacería al encontrar ancianos endebles sujetos por millones de hilos rotos, como marionetas de niños exiliados. 

Han sido ya muchas metáforas diferentes: una flor de jazmín, el roce de la avena fresca, los ojos de un ciervo ante la flecha final, un cristal masticado por el dolor o el lodo claro tras el huracán.  

Así descubres que morimos por las incisiones de la belleza a lo largo del tiempo, por el cansancio sereno de la recreación continua.


Un día la naturaleza no esconderá nada ante tu mirada y te sobrecogerás, rompiendo el caparazón que todos los humanos tenemos para protegernos de lo hermoso.
Una lágrima de miel recorrerá tu cuerpo y eclosionarás en un revuelo de camelias y nardos.
Todos los poetas morís con sabor dulce en la piel.




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