Estos ojos míos no se llenan de lágrimas, se llenan de
nuestra agua cristalina.
Esa de la que yo bebía, que fluía alimentando vegetación
frondosa de palabras tiernas.
Ese agua que se ha refugiado
precipitada y agobiada en mis pequeñas órbitas, al sentir valles enteros
transformarse en desiertos de tamaño astronómico.
Me esfuerzo en hacer este telegrama tan nostálgicamente hermoso como hermoso era el mundo entonces.
Pero cariño mío, hasta escribir duele ahora. Te has llevado mis palabras, sólo puedo regalarte el caótico sonido del mar.
Es
imposible no crear o escribir mientras viva. Mi cerebro me envía señales en
código morse incluso cuando duermo. Y me levantan ráfagas de tequila como
cerillas incandescentes, pero que queman durante tres segundos como boas constrictores,
haciéndome pensar que el futuro no se queda a comer. Un
héroe de asfalto. Y un corazón aburrido.
Incómoda como un risueño empleado de funeraria que se aguanta la risa todos los días del mes.
Tu
mordiéndote con mi perro, alguien muerto en una hamaca naranja, yo dibujando
tus líneas faciales mientras duermes. Recorriendote con ansiedad, con un
hambre antigua, buscando tu olor en los rincones más
insospechados mientras me agarras de las rodillas para que no escape. Nunca
escaparía de ti.
¡Oh, noble arte de la taxidermia!
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