sábado, 15 de noviembre de 2014

Taxidermie.

Te noto en el pecho todavía, entre la presión que ejerce él al notar tu vacío. 
Estos ojos míos no se llenan de lágrimas, se llenan de nuestra agua cristalina.
Esa de la que yo bebía, que fluía alimentando vegetación frondosa de palabras tiernas.
Ese agua que se ha refugiado  precipitada y agobiada en mis pequeñas órbitas, al sentir valles enteros transformarse en desiertos de tamaño astronómico.
Me esfuerzo en hacer este telegrama tan nostálgicamente hermoso como hermoso era el mundo entonces. 
Pero cariño mío, hasta escribir duele ahora. Te has llevado mis palabras, sólo puedo regalarte el caótico sonido del mar.

Es imposible no crear o escribir mientras viva. Mi cerebro me envía señales en código morse incluso cuando duermo. Y me levantan ráfagas de tequila como cerillas incandescentes, pero que queman durante tres segundos como boas constrictores, haciéndome pensar que el futuro no se queda a comer. Un héroe de asfalto. Y un corazón aburrido.

 Somos así, una balada italiana en la tarde que hizo más viento que nunca, palabras extranjeras que tu boca transforma en mi lengua materna.

Incómoda como un risueño empleado de funeraria que se aguanta la risa todos los días del mes.

Tu mordiéndote con mi perro, alguien muerto en una hamaca naranja, yo dibujando tus líneas faciales mientras duermes. Recorriendote con ansiedad, con un hambre antigua, buscando tu olor en los rincones más insospechados mientras me agarras de las rodillas para que no escape. Nunca escaparía de ti.

¡Oh, noble arte de la taxidermia!


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