lunes, 17 de noviembre de 2014

Las cejas espesas dejaban en la sombra tus ojos hundidos en pesadillas de sangre y hormigón.
Tu voz estaba dotada de una gravedad que le permitía llorar con desgarro incluso cuando tú reías. 

Nuestro verano pasó, tú participaste en La Movida, yo me casé con aquel francés, pero en cada mudanza me llevaba conmigo la radio para descifrar tus canciones y saber algo de tí. 
Me gustaba planchar camisas en el patio, rodeada de azulejo mudéjar y de tus historias tristes.
Pronto los mellizos de la vecina se aficionaron a tus pequeñas audiciones, María te adoraba porque creía que las nanas de amor a tu hija eran para ella. 

Luego, mis hijas aprendieron a gritar tu nombre cuando salías en televisión. Desistieron, notaban que tus ojeras me ponían triste toda la cena.

Un día de Noviembre, coincidí en el baño con una alumna mía de último año. Tenia el pelo cardado y el rímel por las mejillas. Decían en el periódico que su cantante favorito había muerto.


‘Imagínate, tirado en un portal como un perro. Se escapó de la clínica de desintoxicación y no pudo ni llegar a su casa, el pobre.’

Por la tarde no necesité encender la radio para oírte. No me interesaba la congoja del panorama musical ni tu autopsia. Hice una limpieza de la ropa de los ochenta, me cayó la copa de vino mientras me bañaba. Las lágrimas, en cambio, no cayeron.

Esa noche fue la más fría, y no conseguí dormir.


                                  
       http://www.youtube.com/watch?v=pGW8YBhMwBo

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