miércoles, 16 de julio de 2014

The Pansies.

Cerré los ojos para que me ayudaran a encontrar el sueño, y sin embargo, mi cuerpo desenterró con uñas recuerdos que el tiempo había tapado:

Nuestro todoterreno blanco, en medio de los hierbajos, y yo comiéndome un cucurucho mientras observaba a un perro demasiado hambriento como para tenerse en pie.

Pepe cantándonos canciones en francés y mi hermana tapándose la nariz por el olor a gasolina.
Ahora entiendo que el mejor amigo de mi madre se uniera al viaje familiar, ya que poco tiempo después murió de cáncer.

El loro del balneario que te preguntaba dónde ibas cada vez que salías por la puerta, y el primer plato de alubias que probé en un restaurante.

Aquel niño que tenía siete hermanos que lo ignoraban y que se unió a una partida de petanca para no dejarnos en dos semanas.

Los cuatro en medio de un revoltijo de sábanas repitiendo una y otra vez: 'Seis por siete: cuarenta y dos'.

Mi padre cogiéndome en brazos para que pudiera tocar las flores del porche mientras me decía:
'Estas flores se llaman pensamientos, como los de tu cabeza.'

Su móvil que no dejaba de sonar, el bañador rojo de mi hermana, las piernas flacas de mi madre, las inexplicables ojeras de Pepe, que pasaba durmiendo la mayor parte del tiempo.

Todo ante mi doce años más tarde, mientras mis largas manos se manchaban de tinta intentando ser más rápidas que mi mente, atrapando las imágenes como si fueran piedras preciosas.


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