lunes, 16 de marzo de 2015

Magical girl.

Bajas. La persiana. Y sólo. Decapitas al gato.

Los sintagmas disparan directamente a tu cerebro.

Pasos imaginarios palpitan en el  parquet de tus oídos.

No puedo evitar pensar que el minutero presagia el fin, incansable.

Borras. Con el dedo húmedo. Una larga gota de sangre en la baldosa blanca. Y aún así. Permanece su contorno.

Poseída.

El ratón no quiere abandonar el sitio donde murió por mucha fuerza que ejerzas sobre el palo. Sientes que luchas contra natura y el tamaño no, no importa.

Uñas. Gritos. Piel abierta y mal cosida.

El miedo a un incendio, a una sombra, a una tela suave que se desliza sin que la provoquen. 

El miedo, como el desorden, se acumula en cada esquina como la suciedad que nadie quiere agacharse a corregir. Como un submundo previsto para mentes maniáticas y miradas inquisidoras.


Raspas las ranuras de tus rodillas rechinantes de rabia. Ruccola fría para los sentidos crispados.

Y solo ante tu imagen disparas al espejo para matarte sin dejar rastro. Compruebas que sí, es cierto lo que te contaban, que por dentro somos sangre y hueso

                                                                                                     y no sólo palabras.










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